Opinión. Lunes, 25 de Agosto, 2025
Vivimos tiempos en los que la comunicación ha dejado de ser un espacio sereno para convertirse en un campo de batalla desigual. La inmediatez, amplificada por las redes sociales, ha colocado a la mentira en ventaja sobre la verdad. Como brisa ligera, la falsedad corre veloz, atraviesa distancias en segundos y se multiplica en millones de pantallas. La verdad, en cambio, camina con la calma de quien necesita comprobar, contrastar y sostener sus pasos en la firmeza de la evidencia.
La mentira se asemeja a las hojas secas que, livianas, vuelan al primer soplo del viento. No requieren raíces, ni peso, ni sustento. Basta con la brisa del escándalo o del morbo para arrastrarlas en torbellinos de atención. La verdad, en cambio, es piedra: sólida, incómoda de mover, resistente al vendaval de lo efímero. Puede que tarde más en abrirse camino, pero cuando lo hace, se asienta con una fuerza que nada la arranca.
En la sociedad digital, los algoritmos suelen premiar el ruido antes que el argumento, la estridencia antes que la profundidad. El “click” se impone al criterio, el view al juicio, el impacto inmediato a la reflexión sostenida. Así, el mercado de la comunicación paga por atacar, ofender, difamar o destruir, y también por callar, ocultar o justificar. La prisa y la liviandad dominan un escenario en el que la falsedad circula como mercancía barata, mientras la verdad exige esfuerzo, paciencia y rigor.
La presencia, los views y el boom cobrados en un instante de brisa dejan tras de sí el rastro de la maldad y de afecciones injustas. Pero, como toda hoja seca, mueren en corto plazo, desplazados por otros semejantes instantes que se suceden con rapidez. A veces incluso ocurre que quienes ayer fueron victimarios terminan convertidos en víctimas de la misma lógica que los encumbró por un instante.
La historia enseña que las hojas siempre terminan cayendo, arrastradas a la nada por el mismo viento que las levantó. Las piedras, en cambio, permanecen. Sobre ellas se construyen los caminos, las casas, los puentes y las memorias de la humanidad.
Ese es, en esencia, el dilema que podríamos resumir como Mentira y verdad, brisa y calma, hojas y piedras: una lucha permanente entre lo ligero, lo sólido, entre lo efímero y lo trascendente.
Hoy más que nunca urge que recuperemos el valor de la palabra con peso, la dignidad de la verdad dicha con sobriedad y la fuerza del argumento que no depende de modas ni algoritmos. Frente al imperio de la brisa, defendamos la serenidad del contenido. Frente al vuelo ligero de las hojas, reafirmemos la firmeza de las piedras.
Porque, al final, la mentira vuela, pero la verdad permanece.