Opinión. Viernes, 22 de Noviembre de 2024
En los últimos años los medios de comunicación se han convertido en el epicentro de la controversia, captando la atención del público. Esta popularidad parece medirse en vistas, likes y seguidores, donde algunos productores de radio o televisión han descubierto que, el conflicto es una de las formas más rápidas de obtener estos resultados.
Insultos, peleas públicas, demandas y provocaciones son ahora herramientas estratégicas utilizadas por los creadores de contenido, para destacarse en un entorno donde la competencia por la atención de las audiencias es feroz.
En el país, esta práctica se ha extendido más allá de las redes sociales, encontrando eco en los programas de radio y de televisión que amplifican las polémicas para atraer más audiencia. Esta situación no solo refleja el panorama social del público que consume este tipo de contenido.
Existen espacios que han hecho del drama un elemento clave de su programación. En ellos, las discusiones acaloradas y los enfrentamientos entre figuras públicas generan altos niveles de audiencia y un impacto mediático significativo. Lo que comienza como un conflicto se convierte en un espectáculo de mal gusto que, atrae tanto a los seguidores de los protagonistas como a quienes buscan entretenimiento polémico.
Aunque esta estrategia parece efectiva para ganar visibilidad, sus implicaciones van más allá de lo superficial. La normalización del conflicto y los insultos en estos espacios puede enviar un mensaje erróneo, especialmente a las audiencias más jóvenes, que ven en estos influencers modelos a seguir. Cuando el éxito se asocia con la polémica, se fomenta un entorno digital tóxico en el que el respeto y la autenticidad pierden valor frente al drama y la provocación.
Los influencers y los medios tienen una responsabilidad social significativa. Más allá de buscar crecimiento rápido a través de la controversia, deberían enfocarse en generar contenido de valor que eduque, inspire y construya una comunidad sólida. En un mundo donde el contenido de calidad tiene el poder de transformar sociedades, optar por el conflicto y la provocación como estrategias principales es un camino que, aunque efectivo a corto plazo, deja poco legado.
La sociedad necesita modelos de conducta que demuestren que el éxito puede alcanzarse sin necesidad de recurrir al enfrentamiento. Los programas tienen la oportunidad de cambiar esta narrativa y convertirse en espacios de crecimiento personal y colectivo, en lugar de ser simples plataformas de espectáculo.