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Dío Astacio podría dejar sin líderes al PRM en Santo Domingo Este

Por Ramón Peralta Reyes
Consultor y analista político

Opinión. Martes, 17 de Junio, 2025

Hace ya cinco años, una tarde de agosto sin lluvia pero con el cielo cargado de presagios, colgué para siempre la chaqueta de militante partidario. Desde entonces, como si me hubieran cambiado los ojos por otros menos ingenuos, empecé a ver con una claridad triste y luminosa los entresijos del Partido Revolucionario Moderno en Santo Domingo Este. No fue una revelación repentina, sino una certeza que me fue llegando en oleadas, como los recuerdos de una casa que ya no existe llamada PRM albergaba una cantera de líderes tan viva, tan desbordante y tan prometedora, que podía sin exagerar eclipsar a todas las demás fuerzas políticas reunidas. Lo supe entonces con la serenidad de quien contempla un milagro discreto: allí, en el corazón de un municipio bullicioso y olvidado, germinaba un liderazgo colectivo que parecía destinado a escribir una historia nueva, si antes no se la tragaba el olvido o la codicia.. Sin embargo, ese semillero de talentos políticos está en peligro de ser reducido a escombros por la codicia omnívora de un solo hombre: el actual alcalde, Dío Astacio.

La ambición desmedida del alcalde, que ahora apunta a hacerse con la presidencia del PRM en este municipio, representa no solo una amenaza sino una verdadera maldición para el liderazgo emergente del partido. Muchos de esos líderes fueron forjados en la adversidad, en la resistencia, en la más fría oscuridad de la oposición. Y ahora, cuando la luz del poder parece perpetuar ese partido, una sombra más espesa y voraz pretende cubrirlo todo con su manto.

Dío Astacio, quien jamás colocó un solo ladrillo en la edificación partidaria local, cuenta sin embargo con una poderosa ventaja, que es el presupuesto municipal, tan vasto como un río subterráneo dispuesto a inundarlo todo. Quienes le conocen aseguran que no le temblará el pulso para usarlo como un látigo de oro contra sus adversarios internos.

Esta glotonería política no es sólo un defecto, es una amenaza existencial. Si el PRM se entrega a la voluntad única del pastor-alcalde, corre el riesgo de convertirse en un partido sin alma, sin pluralidad, sin voces. Porque en asuntos municipales como bien enseñan los antiguos libros de sabiduría política ningún partido debe poner todos sus huevos en una sola canasta, ni confiar en una sola cruz para cargar con todos sus pecados.

Entre las artes oscuras que colocan a Dío Astacio como un posible vencedor figuran su desbordante ambición, su maestría en los negocios de la fe, su talento prodigioso para manipular conciencias y convertir las mentiras en verdades, como quien convierte el vino en sangre en una misa sin Dios.

Sus allegados esos que lo conocen en la penumbra lo describen como un hombre de corazón endurecido, impermeable al dolor ajeno, pero capaz de fingir compasión con la misma facilidad con que invoca el nombre de Dios para justificar cualquier acto. Es, en efecto, una figura que despierta tanto repulsión como fascinación, digna de estudio en los pasillos más sombríos de la psicología del poder.

Su mayor destreza, sin embargo, radica en el miedo. Un miedo meticulosamente cultivado. Infunde temor en sus subalternos, en sus seguidores y en sus enemigos. En ese clima de tensión, muchos perremeístas, aunque hablen con altivez lejos de su oido, se rinden como corderos ante el látigo invisible que él blande desde su púlpito político.

La única esperanza que tiene el PRM de sobrevivir como un partido de líderes en Santo Domingo Este es impedir que una sola figura, voraz e insaciable, concentre en sus manos tanto la alcaldía como la presidencia del partido. Porque lo que está en juego no es una silla ni una candidatura, sino el alma misma del partido.

El futuro del PRM en este municipio pende de un hilo. Dependerá de si sus dirigentes tienen el coraje de sostener su carácter colectivo o si, por comodidad o cobardía, se entregarán en sacrificio a un hombre cuya única lealtad es hacia su propia ambición. Y cuando el templo caiga, no digan que no fueron advertidos.

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