Opinión. Martes, 18 de Noviembre, 2025
I. El negocio del falso antitrujillismo:
Hasta su último día, la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo actuó como una maquinaria de sangre, robos y atropellos. Ahí están sus víctimas de 31 años: los jóvenes inmolados en la Gesta de Junio de 1959, los mártires de la Hacienda María del 18 de noviembre de 1961, entre tantos otros.
Pero también es cierto que, desde la muerte de Trujillo en 1961, la República Dominicana ha vivido bajo la sombra de un discurso manipulado: el falso antitrujillismo. Muchos de los que se proclamaron defensores de la libertad después del 30 de mayo fueron, en realidad, beneficiarios directos del régimen.
Convertido en un pasaporte político, el antitrujillismo oportunista sirvió para reescribir biografías y legitimar ambiciones. Se atacaba al muerto para heredar su poder. Se condenaba al pasado para justificar los abusos del presente. Así nació una casta de falsos redentores que, invocando la palabra libertad, perpetuaron nuevas formas de control y corrupción.
Sin embargo, el pueblo dominicano, con su instinto de justicia y su memoria viva, no fue completamente engañado: distinguió entre los verdaderos opositores del régimen y los que sólo se disfrazaron de víctimas cuando el peligro había pasado.
El «negocio del falso antitrujillismo» se convirtió en una industria moral y mediática que, en nombre de la libertad, buscó borrar la memoria de los auténticos héroes y apropiarse de la gloria ajena. Fue —y sigue siendo— una forma de corrupción histórica: una impostura que enmascara la ambición bajo el disfraz del heroísmo.
II. El negocio de la falsa lucha contra la corrupción:
El segundo gran negocio político dominicano ha sido la industria de la anticorrupción simulada. Desde el fin de la dictadura, se ha usado la denuncia de la corrupción como arma de propaganda. Se acusa a los adversarios mientras se protege a los aliados; se persigue con fervor cuando conviene y se olvida cuando amenaza la propia estabilidad del poder.
En este esquema, la corrupción no es un mal que se combate: es una herramienta que se administra. Sirve para dominar, chantajear o dividir. Las instituciones se transforman en escenario de moralismo aparente, mientras los verdaderos corruptos —bien asesorados y con padrinazgos en todos los bandos— continúan acumulando riqueza y poder.
El pueblo, que padece la carestía, la desigualdad y la desconfianza en la justicia, observa con cansancio esta representación hipócrita. Sabe que la corrupción estructural no se erradica con discursos ni con campañas mediáticas: sólo con ejemplo, memoria y coherencia moral.
III. La gesta silenciada: la verdadera revolución moral del pueblo:
Frente a estas falsificaciones de la historia, hay una verdad que la corrupción del falso antitrujillismo ha intentado ocultar o minimizar: la auténtica gesta anticorruptora, libertadora y patriótica del siglo XX fue la Revolución de Abril de 1965.
La intervención extranjera que siguió —y la manipulación posterior del relato histórico— buscaron borrar la conciencia de aquella epopeya. Pero no pudieron. Ninguna ocupación ni ninguna mentira logró sepultar la memoria de abril.
La Revolución de 1965 fue la respuesta moral del pueblo ante las dos corrupciones históricas: la del despotismo y la del oportunismo posterior. Fue la afirmación radical de que la República Dominicana no se vende ni se somete.
IV. El pueblo dominicano: memoria, resistencia y futuro:
A pesar de los falsos redentores y los falsos profetas, el pueblo dominicano ha conservado su conciencia. En cada crisis ha resurgido su sentido de justicia, su fe en la libertad y su amor por la patria.
Por eso, ni el negocio del falso antitrujillismo ni el de la falsa lucha contra la corrupción han podido destruir el alma nacional. El pueblo dominicano sigue de pie —fiel a su historia y consciente de su destino—, defendiendo su independencia frente a quienes, desde dentro o desde fuera, han querido borrar su conciencia histórica.