Opinión. Viernes, 14 de Febrero, 2025
Reconocer a un militar es sencillo, incluso cuando su uniforme ya no lo acompaña. No es solo su postura erguida, con el pecho en alto aun cuando los años pesan, ni su puntualidad infalible o su vestimenta que, aunque pasada de moda, refleja un respeto silencioso por la disciplina. Es su esencia, marcada por el rigor y la entrega, la que lo distingue en cualquier lugar.
El militar es quien cede su asiento sin dudarlo, quien abre la puerta para otros y quien, incluso en su tiempo libre, encuentra descanso en la actividad y deporte. Es aquel que come lo que se le sirva sin quejas, porque aprendió a valorar cada recurso. Es quien se asegura de terminar cada tarea antes de dormir y quien despierta antes que todos, listo para un nuevo día sin pendientes.
Su respeto inquebrantable por los símbolos patrios lo delata: se detiene ante un cortejo fúnebre, se pone firme ante el himno y se enoja cuando alguien irrespeta la bandera. Pero el militar no es solo el hombre o mujer en uniforme, cargando equipo y listo para la batalla. Es todo aquel que alguna vez vistió el uniforme castrense y quedó marcado para siempre por el amor al servicio, al orden y al deber.
Incluso en otras profesiones, su corazón late al ritmo de los tambores y sus ojos brillan al ver soldados marchar. Porque ser militar no es solo una carrera, es un arte, un compromiso de por vida que trasciende las barreras del tiempo y las circunstancias.