×
ECO PLAY TRABAJOS DE INVESTIGACIÓN PROVINCIAS CONTÁCTENOS

El lado oscuro de la mente de un político

Por: Ramón Peralta

Opinión. Martes, 16 de Septiembre, 2025

En octubre publicaré un libro que no teoriza sobre política, la cuenta como es. Son 26 relatos reales que revelan cómo se gana la mente del votante… y cómo se sobrevive a las traiciones disfrazadas de lealtad. Aquí les comparto uno de esos capítulos.

Cuando un candidato se abre paso en la cima de su partido, sin más herencia que su talento, ni más impulso que el del propio empeño, se vuelve una amenaza. No por lo que es, sino por lo que representa. Un hombre libre, sin cadenas, sin deudas con nadie, alguien que no ha pedido permiso para brillar.

Su historia no se cuenta con apellidos ilustres ni favores ocultos, sino con noches de estudio, discursos apasionados, y una visión que incomoda. Porque cuando un político emerge desde abajo, con méritos propios, con formación sólida y liderazgo auténtico, la estructura en su ciudad que está por arriba tiembla. Y su coordinador de campaña, si tiene la mínima dosis de sensatez, debe mirar hacia arriba… hacia esa cúspide donde habita el verdadero poder y conocer el lado oscuro de quienes allí habitan, conocer cuando una sonrisa de arriba viene cargada de dardos envenenados.

En cualquier partido con vocación de gobierno, esa cúpula suele estar encabezada por un líder carismático. Un caudillo moderno, adorado por las masas, citado en los almuerzos familiares. Pero ese mismo líder, que sonríe desde las vallas, está casi siempre rodeado por una logia silenciosa, una secta de rostros grises que jamás pisan la calle sin el escudo del líder, pero que deciden quién asciende y quién cae.

Ellos no brillan, no lideran, pero sueñan en silencio ser tan queridos como el líder y usan su cercanía con el líder para crear en los demás un sentimiento hacia ellos más profundo que el amor y ese sentimiento que convierte a hombres buenos en traidores es el miedo. Ellos tejen. Desde las sombras, susurran, enredan, infiltran la mente del líder con rumores, sospechas, medias verdades. Son expertos en la zancadilla, en el susurro venenoso, en disfrazar la envidia de lealtad. Se alimentan del poder ajeno, como murciélagos que beben de la sangre del liderazgo sin producir nunca una gota de luz propia.

Y mientras más cerca está un partido de alcanzar el poder real, más salvaje se vuelve esa jauría. Se tornan sectarios, despiadados, y no dudan en devorar incluso al hijo del líder si sospechan que viene a disputarles el trono invisible que ocupan.

Siempre hay uno, el más temido. El que encabeza la jauría. Un estratega de la mediocridad, que ha convertido el miedo en un método de control. Bajo su influencia, incluso los miembros con talento callan, se pliegan, bajan la cabeza. Hasta el propio líder, ese que arrastra multitudes, le teme. Porque sabe que, si se atreve a desafiarlo, le hacen una crisis en el partido de dimensiones épicas.

No se trata de un caso aislado. Esto ocurre en todos los partidos donde hay un líder fuerte, ya que detrás de su figura imponente, hay siempre un grupo que controla la maquinaria, que reparte favores, castiga rebeldías y, sobre todo, protege su espacio como una manada de lobos hambrientos.

Y partiendo de esta comprensión de este teatro de luces y sombras que es la política, permítanme contarles una historia…

En un partido donde todavía quedaban brasas de esperanza, el líder se preparaba para celebrar sus 71 años en calma, como quien por fin se permite un suspiro. Estaba solo, leyendo una biografía de Henry Kissinger, ese canciller frío como el acero que manejó el ajedrez de la Guerra Fría con manos de cirujano y alma de estratega. La lectura le entretenía, pero lo que realmente le rondaba la mente era su hijo, el joven alegre que siempre encontraba formas ingeniosas de sorprenderlo en su cumpleaños.

Lo pensó con ternura y con cierta inquietud. No pudo evitar la comparación, en 1996, él tenía 43 años y una legión de chicas lo seguía como si fuera una estrella de novelas turcas. Lo querían besar, abrazar, tocar, aunque fuera un segundo. Era el fenómeno político de su tiempo. Ahora veía en su hijo el mismo fulgor, la misma atracción magnética. Pero también notaba las diferencias: su hijo, con apenas 32 años, no cargaba la misma biblioteca interior. Sin embargo, había crecido entre bastidores, viendo cómo se mueve el poder en las sombras, y tal vez solo tal vez, eso le daría la astucia para sobrevivir a los lobos hambrientos que lo rodeaban.

Mientras meditaba, vio en la pantalla del celular una llamada que entraba como ladrón en la madrugada. Era el temible jefe del anillo. Esa voz que no se eleva jamás, pero que siempre deja una marca. Llamaba para felicitarlo y asegurarle que todo estaba listo para el acto de cumpleaños. Una cortesía envenenada. Porque en ese mundo, cuando el lobo sonríe, el cordero debe correr. Sus cumpleaños no eran en familia, era un desfile extenuante de lobos y corderos que lo saludaban, algunos con veneración, otros veían en ese saludo la oportunidad de abrazar a quien sería carta como funcionario o diplomático de un nuevo gobierno de un líder que los años extinguían de manera inexorable su magia y vitalidad política, pero nunca su capacidad de estadista

El cumpleaños, esa fecha íntima, familiar, festiva, despertó en el líder un deseo reprimido. No era político, no era estratégico. Era humano. Quería el calor de una mujer, compartir la cama sin tener que ser el personaje, sin tener que actuar como un líder impersonal, sin alma, sin pasiones. Quería ser simplemente un hombre. Pero recordó que ese siniestro personaje que decía amarlo más que nadie, el mismo que había tomado control de su entorno, tenía ojos por todas partes. Asistentes, choferes, escoltas, todos le debían lealtad. Y en esa cárcel de poder, ni siquiera en el extranjero podía tener una aventura. La chispa había muerto hace años.

Pensó entonces en su hijo y lloró. Lloró por él y por sí mismo. Por la juventud que el muchacho estaba entregando a la política. Por los momentos de felicidad que estaba sacrificando en el altar de la ambición. Lloró en silencio, como lloran los hombres que han dirigido naciones, con la lágrima lenta, contenida, pero firme, corriendo por la mejilla como río desbordado.

Nadie lo veía. Nadie debía verlo. En esa intimidad pensó en las veces que estuvo lejos de su hijo durante la infancia, atendiendo funciones de estado, viajando, negociando tratados o nuevas inversiones extranjeras para su país. Pensó en las noches que no pudo leerle un cuento, en los abrazos que nunca dio, en los silencios que se acumularon entre ambos. Quiso, por un instante, abrazarlo con fuerza y pedirle perdón. Pero descartó la idea. Un expresidente que sueña con volver no puede permitirse la debilidad de las emociones.

En ese mismo partido, en ese mismo universo retorcido, otro hombre emergía. Carismático, honesto, audaz, no como opción nacional, sino como una promesa de alcaldía. Diputado del segundo municipio más grande del país, solo superado por la capital. Una voz potente desde el Congreso, defensor de los principios, opositor al gobierno con datos y capacidad, pero al mismo tiempo conciliador cuando era necesario. Cinco semanas antes de la elección de nuevos miembros a la cúpula del partido, decidió postularse. Tenía la bendición del líder del pueblo. Pero el líder del pueblo como bien sabía cualquier político no decidía nada dentro de esas cúpulas compuestas menos de 50 almas llenas de ambiciones, su fuerza estaba era solo poderosa en multitudes, pero en ese círculo tan pequeño era apena uno más.

Quien decidía era el jefe del anillo.

El joven diputado recibió también la bendición del hijo del líder, Simba, el heredero sin corona. Y esa segunda bendición fue su sentencia. Desató demonios. El jefe del gran anillo, al que muchos en voz baja comparaban con Danilo Medina, aunque sin su tacto, ni su talento, activó su maquinaria de sombras. Decidió pulverizarlo. Lo rodeó de fingidas sonrisas, de apoyos hipócritas, de abrazos que escondían cuchillos.

Pero no fue el único. Quienes rodeaban a Simba también tejían sus propios hilos. Uno de ellos, un aspirante a la cúpula, se sintió amenazado. En la oscuridad de la noche, se preguntaba: ¿Qué pasará conmigo si el vocero gana y yo pierdo? Fingió lealtad, ofreció apoyo, y al mismo tiempo maniobraba para hundirlo. El vocero, ingenuo, decidió apoyar al asistente del joven líder, esperando una reciprocidad que jamás llegó.

Y así fue arrojado al pozo. No por sus enemigos, sino por sus supuestos aliados.

Porque en el Olimpo de los partidos, los mediocres son mayoría. Temen al talento como los murciélagos temen a la luz. Prefieren elevar a quienes violan el sexto mandamiento bíblico y a quienes pisotean el octavo mandamiento, aunque eso dañe la imagen de un partido que va en línea ascendente. La moral no es virtud en esos espacios. La reputación manchada es, muchas veces, un escudo útil.

Los pocos de su ciudad, incluso los amigos más cercanos dentro de la cúpula, no querían a otro con más brillo que ellos en la cima. No fue algo personal. No fue maldad. Fue supervivencia política. En ese lado oscuro de la mente del político, la falta de escrúpulos es una herramienta. Y la traición, un recurso natural.

Con 93 candidatos para apenas 10 puestos, el cálculo era perverso. Si se aliaba con nueve fuertes, bendecidos por el jefe del anillo, sabía que ninguno cumpliría los acuerdos. Porque su victoria implicaba el sacrificio de uno de ellos. Si, en cambio, se aliaba con candidatos pequeños, esos tampoco cumplirían. Porque en política, quien no tiene votos suele ser el más desleal.

Ese día, el vocero carismático aprendió una lección que no olvidará jamás. Entregó todo por su partido, actuó con el corazón limpio, y fue traicionado. Pero no se quebró. No maldijo. No huyó. Hoy es un líder más fuerte. Hoy conoce aún mejor los túneles oscuros del poder.

Porque para sobrevivir en la política como para sobrevivir en la selva no basta con rugir. Hay que aprender a caminar entre sombras, sin perder la luz interior.

 

La Inteligencia Artificial aplicada a las campañas electorales: beneficios y desafíos. 

Aunque estamos entusiasmados por la irrupción de la inteligencia artificial en el ámbito de las campañas electorales, debemos analizar todas […]

El Nuevo Mercado en Santo Domingo Este, un compromiso de todos

El municipio de Santo Domingo Este, después de tener unas viejas estructuras comerciales de negocios informales con más de 55 […]