Opinión. Lunes, 14 de Abril, 2025
El colapso ético de políticos que usan la tragedia para figurear
La semana pasada, la sociedad dominicana fue sacudida por una tragedia que tocó lo más profundo de nuestra sensibilidad colectiva. Más de 220 personas perdieron la vida tras el colapso del techo de la discoteca Jet Set, en el Distrito Nacional. Un suceso devastador que debería haber sido tratado por todos los actores sociales, especialmente los políticos, con respeto, solidaridad y absoluto recogimiento.
Sin embargo, lo que observamos por parte de algunas figuras políticas fue todo lo contrario: desplazamientos apresurados, cámaras en mano, discursos improvisados y declaraciones con alto contenido emocional, pero dudosa intención. Destacó especialmente la presencia del alcalde de Santo Domingo Este, quien, fuera de su jurisdicción, acudió a la zona del siniestro acompañado de un equipo de comunicación, grabando y difundiendo su “preocupación” en redes sociales como si se tratara de una visita institucional.
Desde la ciencia política y la comunicación electoral, este comportamiento se clasifica dentro del marketing político oportunista, una forma de acción mediática que se alimenta del dolor colectivo para construir imagen pública. También se le denomina política del espectáculo, pues prioriza el impacto visual y emocional por encima de la coherencia ética y del respeto institucional.
Este tipo de intervenciones, lejos de aportar valor, vulneran los principios más elementales de la ética pública: empatía, sobriedad, prudencia y, sobre todo, respeto a la dignidad humana. Porque sí, es legítimo que los funcionarios expresen solidaridad, pero dicha solidaridad debe ser discreta, sincera, y no protagonizada por cámaras ni convertida en contenido de autopromoción.
La instrumentalización del sufrimiento colectivo para fines políticos es una forma de manipulación emocional. Erosiona la confianza ciudadana, trivializa el dolor de las víctimas y promueve una cultura política superficial, donde lo importante no es resolver problemas, sino figurar en los momentos de mayor conmoción.
La política dominicana debe reflexionar profundamente sobre esta peligrosa tendencia. Convertir cada tragedia en una oportunidad para obtener visibilidad solo consolida un modelo de liderazgo populista, narcisista y vacío de contenido. Como consultor político, afirmo con responsabilidad: no hay estrategia más poderosa que la coherencia ética. Y no hay peor error que subestimar la inteligencia emocional del pueblo.
Hoy más que nunca, la ciudadanía observa, analiza y evalúa. Estas puestas en escena, disfrazadas de acción institucional, pueden tener un efecto boomerang. Lo que parecía sumar, termina restando. El pueblo no quiere líderes que usen el dolor como escalera política; quiere servidores públicos que respeten el duelo y actúen con decoro.
La tragedia no puede, no debe, formar parte del plan de medios de ningún político. La miseria humana se expresa en su punto más bajo cuando el dolor del pueblo se convierte en escenario para la vanidad. Y peor aún, cuando parte de la sociedad aplaude esos actos como si fuesen gestos heroicos.
En tiempos de crisis, el protagonismo debe ser del silencio, de la acción efectiva y del respeto profundo. Todo lo demás es espectáculo