Opinión. Miercoles, 15 de Octubre, 2025
En los últimos días, un video se hizo viral en redes sociales. En él, una psicóloga e influencer aseguraba que “cuando sale con un hombre, salgo sin monedero” sugiriendo que pagar es tarea u obligación del hombre. A simple vista, podría parecer una broma ligera, pero el mensaje toca un tema serio: la relación entre dinero, poder y autonomía en las relaciones.
Esa misma psicóloga explicaba que su visión provenía de haber crecido en un hogar donde su padre fue proveedor y donde aún vive con sus padres. Y ahí está una parte del problema: muchas veces, esas opiniones se emiten desde contextos de privilegio o de protección, donde la estabilidad económica ha sido garantizada por otros.
No todas las mujeres tienen esa historia. Yo, por ejemplo, crecí en una familia de mujeres jefas de hogar, donde trabajar no era una opción, sino una necesidad.
Mujeres que se sacrificaron para sacar adelante a su familia, muchas de ellas migrando para lograrlo. Mi madre nunca dejó de trabajar, y mi abuela, cuando cerró su bodega, siguió ejerciendo el trabajo más invisible y más valioso: el del cuidado. Crió a hijos, nietos y sobrinos con la misma disciplina con la que antes levantaba el negocio.
Por eso me resulta imposible romantizar la dependencia económica.
Sé de cerca lo que cuesta ganarse cada peso, lo que significa mantener un hogar y lo que implica tener que elegir entre el cansancio y la supervivencia.
La independencia económica no tiene que ver con quién paga la cena, sino con quién tiene la libertad de elegir, decidir y sostener su propio camino.
La independencia económica no significa renunciar a recibir ni vivir en competencia con los hombres. Significa poder compartir desde la libertad, no desde la necesidad. Significa no temer perder una relación por no poder pagar la cuenta, pero tampoco aceptar una relación donde la cuenta se convierta en una forma de control. En lo personal, he vivido ambos extremos: desde hombres que creen demostrar poder asumiendo todos los gastos, hasta otros que esconden su mezquindad tras un supuesto “50/50”, e incluso alguno que me ha quedado debiendo dinero.
Soy una mujer productiva. He tenido hasta cuatro trabajos a la vez, y esa capacidad económica ha sido mi tabla de salvación. Me ha permitido tomar decisiones difíciles, incluso en momentos donde estaban en juego mi tranquilidad o mi integridad.
Esa es la verdadera importancia de la independencia: no para presumir, sino para poder elegir con libertad, sin miedo, sin deudas y sin dependencia emocional ni económica.
Lo sano está en el equilibrio: en construir vínculos donde el dinero no sea una herramienta de sometimiento ni de deuda emocional. Donde ambas partes puedan aportar según sus posibilidades, sin humillaciones ni chantajes.
Llevar cartera no es un símbolo de orgullo ni de desconfianza: es simplemente una manera de recordar que tu libertad tiene valor, y que compartir no te hace menos independiente, sino más consciente.
Y hoy, a propósito del Día Internacional de las Niñas, vale recordar que la independencia económica se enseña desde temprano. No solo enseñando a ahorrar, sino mostrando con el ejemplo que las mujeres también pueden sostener, decidir, liderar y construir su propio camino.
Educar niñas con autonomía no es criarlas para que no necesiten a nadie, sino para que elijan desde el amor, no desde la carencia. Que crezcan sabiendo que llevar su propia cartera, metafórica o literal, no es un gesto de orgullo, sino un acto de dignidad y libertad.