Opinión. Jueves, 16 de Octubre, 2025
De esto se trata el asunto. De definir qué es lo principal… y no olvidarlo. Legislar, discutir, aprobar, promulgar las leyes de la República,cumplirlas y hacerlas cumplir.
No hacerlo es la barbarie, la arrabalización institucional que nos acosa en el tránsito sin orden para los motociclistas, en la escuela sin autoridad para un sindicato sublevado de docentes. La lista es larga y el lamento hondo.
Cuando falta autoridad falta todo. Cuando nuestro país es ejemplo a seguir en el turismo continental, y somos el país de mayor estabilidad política, y nuestros niños asisten a una jornada extendida dedonde salen desayunados, almorzados, merendados, y cada año aumenta el número de estancias infantiles para los hijos de los pobres, y más de siete millones de dominicanos disponen ya de un seguro de salud; (gran utopía hace apenas 20 años); justo ahora, resulta que somos más pobres que nunca; que una cosa son las limitaciones materiales por necesidades básicas no satisfechas, y otra muy diferente es el horror de vivir en una sociedad institucionalmente arrabalizada, sin orden, sin respeto a nada en sus calles y barrios, sitiado por temores el ciudadano, viviendo en el infierno de la incertidumbre, ¡ay!, porque “ya son las doce y no llega”, la Paola, ni el Huascarín de cada cual no llegan, y en barrios tomados por el microtráfico, la Policía nunca es parte de la solución y con demasiada frecuencia es parte del problema.
Joder. ¡Ahora sí que somos pobres! Y todo porque el Estado ha ido perdiendo su función primera de regulador de la vida social, económica, política, cultural; responsable de aprobar leyes en el Congreso, hacerlas cumplir desde el Gobierno con la Justicia como árbitro, (por si acaso), y las Fuerzas Armadas al lado con la exclusividad de la violencia, no vaya a ser vaina y quiera alguien hacerse el gracioso loco.
Entonces, mientras empoderada por las autoridades la ultra-derechona del odio racista avanza, quedaaquí la advertencia:
Un país puede sobrevivir sin partidos, curas, empresarios, periodistas, economistas ni políticos en quienes creer. Puede, incluso, sobrevivir a la ausencia en gris de unos ojos verdetristemar, ¡ay!, perdidos entre adoquines hace un siglo. Pero todo país necesita creer en la posibilidad de que algún día se instalará en el barrio el respeto al otro, la bendita institucionalidad, y ya nunca más olvidaremos lo principal: ¡Es la autoridad, estúpidos, es la autoridad!