Opinión. Viernes, 19 de Septiembre, 2025
Las recientes elecciones internas en la Fuerza del Pueblo han dejado en evidencia las complejidades que se viven en los partidos políticos al momento de escoger sus órganos de dirección. La votación obtenida por Rafael Castillo para entrar a la Dirección Política y a la Dirección Central ha generado comentarios y reflexiones dentro y fuera de la organización. Aunque Castillo goza de simpatías externas, dentro del partido la realidad es distinta: los cálculos políticos, las alianzas internas y las tensiones acumuladas pesan más que la popularidad pública.
En las conversaciones con dirigentes de la Fuerza del Pueblo se repite un argumento clave: dentro de un partido no se puede abrir frentes innecesarios, porque esas posturas tienen repercusiones futuras en la carrera interna de cualquier dirigente. Lo que se premia no es necesariamente la popularidad en las calles, sino la prudencia, la capacidad de tejer acuerdos y de alinearse con los intereses de los grupos dominantes en cada coyuntura. Esa fue la principal dificultad de Castillo en esta contienda.
La diferencia entre el carisma hacia fuera y el peso político hacia dentro quedó claramente evidenciada. Castillo puede ser un referente apreciado por sectores sociales, comunitarios y hasta por adversarios de otras organizaciones, pero en la lógica interna de la Fuerza del Pueblo, esas simpatías externas no se traducen automáticamente en votos internos. Es una lección dura que deja claro que el camino hacia los máximos órganos de decisión pasa primero por la construcción de un respaldo sólido dentro de la militancia.
Por otro lado, los resultados de esta elección interna también marcan un escenario para lo que viene. La Fuerza del Pueblo se prepara para escoger su candidato a alcalde en los próximos procesos, y en esa carrera comienzan a perfilarse movimientos estratégicos. Los regidores actuales, conscientes de que su futuro político depende de a quién respalden, empiezan a alinearse con las figuras que entienden que responden a sus intereses para encabezar una candidatura municipal.
La dinámica refleja cómo las estructuras locales y municipales son vitales en partidos emergentes como la Fuerza del Pueblo. La competencia por candidaturas a alcalde no solo definirá quién encabezará boletas, sino también la correlación de fuerzas hacia adentro del partido. Cada voto, cada regidor que se incline por un precandidato, no solo apuesta por un liderazgo municipal, sino también por acumular capital político para futuras negociaciones a nivel nacional.
En este sentido, el caso de Castillo debe verse como un ejemplo de que la política interna se maneja bajo códigos distintos a los que dominan la opinión pública. El equilibrio entre mantener la simpatía de las bases, no confrontar con sectores de poder y, al mismo tiempo, proyectarse como opción viable, se convierte en un arte que no todos logran dominar. La baja votación no significa necesariamente un rechazo total, sino una advertencia de que es necesario recomponer estrategias.
Finalmente, el escenario político interno de la Fuerza del Pueblo se mantiene en constante evolución. La escogencia de los miembros de la Dirección Política y de la Dirección Central abre una etapa de reacomodos, de alianzas renovadas y de expectativas hacia el futuro inmediato. La próxima batalla, que será la definición del candidato a alcalde, servirá como termómetro de la fortaleza de los liderazgos emergentes y como ensayo de cara a la gran contienda nacional, donde la organización apuesta a consolidarse como opción de poder.