Opinión. Martes, 02 de Septiembre, 2025
Cuando Rafael Castillo, actual vocero de los diputados de la Fuerza del Pueblo, se integró junto a su equipo a las filas del partido liderado por Leonel Fernández, ya existía en esa estructura una figura destacada: Alexandra Peña, una dirigente trabajadora que, en las elecciones pasadas, asumió la candidatura a diputada en representación de una organización aún en formación.
Desde esa incorporación que fue celebrada con entusiasmo y no poca expectativa comenzaron a convivir dos espacios de poder marcados por trayectorias diferentes. Por un lado, los nuevos militantes que llegaron con Castillo; por otro, los equipos de trabajo que ya acompañaban a Alexandra. Lo que en principio fue una convivencia forzada por las circunstancias, estuvo matizada por tensiones sutiles, desconfianzas naturales y una rivalidad latente: ambos dirigentes aspiraban legítimamente a representar a su circunscripción en el Congreso Nacional.
Sin necesidad de proclamas, esa dualidad generó una competencia silenciosa entre sus respectivos equipos, cada uno convencido del liderazgo y méritos de su candidato. La política, como la vida, tiene sus propios equilibrios, y en este caso, dos proyectos personales confluyeron sobre el mismo objetivo electoral.
En ese contexto, la Fuerza del Pueblo celebró una elección interna de particular relevancia: la escogencia de 20 nuevas mujeres para integrar la Dirección Política, en un esfuerzo por fortalecer la equidad de género en la estructura partidaria.
Fue entonces cuando ocurrió un gesto que rompió con la lógica de las rivalidades. Rafael Castillo sorprendió a muchos al presentar a su equipo una lista de mujeres a quienes respaldaría en esa elección, encabezada para sorpresa de algunos por la propia Alexandra Peña. No se supo si su nombre figuraba primero por razones alfabéticas o por representación territorial, pero lo cierto es que ese respaldo no pasó desapercibido.
En esa reunión interna, tanto Castillo como Winston, otro dirigente influyente destacaron la trayectoria política de Alexandra. Y cuando llegó el día de la votación, los miembros de la Dirección Central vinculados al equipo de Castillo, provenientes de diversos puntos del país, le dieron su apoyo no solo a Alexandra, sino también a otras mujeres promovidas por su liderazgo.
Hoy, con la mirada puesta en el 2028, tanto Castillo como Alexandra tienen aspiraciones distintas. Ya no compiten por el mismo espacio ni sus intereses se cruzan de forma directa. En este nuevo escenario, Rafael Castillo, como vocero de los diputados de la Fuerza del Pueblo, se perfila como un candidato natural para integrar la Dirección Política del partido.
Sus méritos están a la vista: es un dirigente de sólida formación, con el aprecio del presidente Leonel Fernández y de figuras clave como Omar Fernández. Su labor legislativa ha sido reconocida por sus colegas, y ha sabido construir consensos dentro y fuera de su bancada.
Alexandra Peña, por su parte, conoce de primera mano los aportes de Castillo. Es una militante disciplinada, una dirigente comprometida con el crecimiento del partido y con el fortalecimiento de su institucionalidad. Nadie duda de que sabrá actuar en consecuencia cuando sin esperar el día final, sabrá escoger a los nuevos miembros de la Dirección Política que mas convengan y uno de ellos es Rafael Castillo.
Porque al final, en política, el respeto mutuo, la visión compartida y la generosidad en momentos clave terminan marcando la diferencia entre los liderazgos pasajeros y los que perduran.