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La historia de mi amiga en el día de los enamorados

Por Ramón Peralta

Opinión. Jueves, 13 de Febrero, 2025

En la nebulosa mañana del 13 de febrero, un crepúsculo de angustia se apoderó de mí ser. Con el espíritu turbado por las ansiedades de la vida y los temores de un amor que parece deslizarse lentamente hacia el vacío, me vi en la necesidad de llamar a mi amiga, esa mujer amable y bondadosa que vive en un frio condado de la Gran Manzana. Le pedí un  consejo a mi mejor amiga sobre qué regalarle a mi esposa en el día de los enamorados. Sin embargo, lo que me ofreció no fue una solución, sino más bien una complicación. Al parecer, mi amiga aprovechó la ocasión para desahogar ciertos resentimientos que llevaba mucho tiempo guardados en lo más profundo de su alma. Y aunque sus palabras, cual amargas verdades, parecían estar teñidas de razón, yo pido que quien lea esta historia no se deje arrastrar por las inquietantes recomendaciones de mi querida amiga, que parece mucho más interesada en sembrar discordia que en ofrecer consejo sincero.

Mi amiga comenzó a narrar su experiencia con una nostalgia  empañada por el resentimiento, como si rememorara los eventos de un pasado al que no deseaba regresar.

De vuelta a mis años de adolescencia, recuerdo cómo, junto con mis amigas, vivíamos sumidas en la angustia cada 13 de febrero. Era un tormento ver cómo la festividad del amor se acercaba y ninguna de nosotras contaba con el dinero suficiente para agasajar a nuestros respectivos novios. Pero una tarde, en un arrebato de inspiración, decidí regalarle a mi entonces novio una carta de amor. En ella, plasmé todos mis sentimientos más profundos, compartiendo lo que él significaba para mí. Con el paso del tiempo, esa carta se convirtió en el recuerdo más preciado de su vida, guardándola como un tesoro intocable, el regalo más valioso que jamás hubiera recibido. Con esa experiencia y otra que te voy a comentar las mujeres no deben invertir dinero en hombre.

Habló, con una voz cargada de pesar, sobre un día de San Valentín en que intentó impresionar a su esposo. Quería que esa noche fuera perfecta, dijo, que todo fuera mágico, que él viera lo que significaba para mí. Pero lo que me relató a continuación fue una narración tan llena de esperanza frustrada, que el eco de sus palabras aún resuena en mi mente.

—Yo preparé una cena romántica, como nunca lo había hecho antes. La casa estaba adornada con velas, con flores que se esparcían por cada rincón, desde la sala hasta la habitación. Rojo, rojo por doquier. Las rosas cubrían el suelo y se entrelazaban con la luz tenue de las velas. Mi corazón latía con la ansiedad de un futuro incierto, pero estaba decidida a que todo fuera perfecto. Había puesto todo mi empeño, todo mi ser, en ese gesto. —Su voz se quebró, y por un instante sentí que algo sombrío se deslizaba en el ambiente.

—Y él… —continuó, mirando al vacío—, él me llamó esa noche para decirme que se quedaría tarde trabajando. ¿Puedes creerlo? Cuando llegó, yo ya estaba sumida en el sueño de una espera interminable, con las velas apagadas, los pétalos marchitos sobre el suelo. No había cena, no había rosas. Solo el silencio de una casa vacía de ilusiones. Pasaron semanas, meses incluso, antes de que nuestras voces se cruzaran de nuevo. Pero al final, nuestro matrimonio terminó, como una llama que se apaga sin que nadie se atreva a soplarla. Y al poco tiempo, supe que era verdad que se quedó trabajando. Lo hizo, ¿sabes por qué? Porque podía perder su empleo, y temía perderme si quedaba desempleado. Todo por miedo.

En ese momento, su relato me envolvió como un lienzo de desesperanza. La idea de la perfección se había desmoronado en sus palabras. Yo había buscado respuestas, pero ahora todo parecía mucho más oscuro de lo que había imaginado.

Luego, mi amiga hizo una pausa antes de contarme la historia de Wendy, una amiga suya, quien, según sus palabras, “había optado por el camino más sencillo, pero no menos importante.

—Wendy no gastó dinero, no preparó cenas elaboradas ni decoró la casa con flores. Se acostó temprano, y cuando su esposo regresó, ella lo recibió con un gesto simple, pero lleno de amor. Le dio un masaje relajante. Algo tan sencillo, pero tan lleno de esa esencia pura que a veces se pierde entre los artificios. Y, como un toque paradisiaco, con un  final feliz, el hombre se sentía tan  dichoso que manipulo el celular en medio de la oscuridad como si tuviera visión nocturna y  al momento de él dejar el celular, ella recibió una notificación en su correo electrónico, recibió una transferencia bancaria, un regalo de él para ella en el día de los enamorados.

Mi amiga continuó con su tono melancólico, pero sus palabras eran más claras ahora.

—Lo que trato de decirte, querido amigo, es que las mujeres  no necesitan gastar grandes sumas ni crear un ambiente perfecto. El Día del Amor y la Amistad no es una festividad de consumismo. Es una oportunidad para ser creativos, para pensar en lo que realmente le importa a la otra persona. Y en cuanto a ti, mi querido Peralta, mi consejo es que aprendas a conocer a tu esposa. Si sientes que este día es solo un drama comercial, recuerda que tú esposa, Daysi, espera algo de ti. Y si no quieres complicarte con adivinaciones, te sugiero que, en lugar de dar vueltas, simplemente entregues lo que a  toda mujer le satisface, que es el  dinero. A veces ni nosotras   misma sabemos qué queremos exactamente, entonces en ese momento  el dinero se convierte en una forma de satisfacción personal.

Fue en ese momento cuando la tensión que se había acumulado en el aire se desvaneció con una sensación de desesperación aplastante. Me sentí despojado de toda esperanza, como si el amor mismo se deslizara entre mis dedos, y la verdad comenzara a mostrarme una imagen mucho más dolorosa de lo que había anticipado.

Mi amiga continuó, su voz se hizo más intensa mientras describía las relaciones destructivas. Habló sobre los hombres egoístas y manipuladores, aquellos que no comprenden el verdadero amor. Dijo que los celos posesivos, la indiferencia en momentos de dificultad, y la falta de empatía eran señales claras de que alguien no estaba genuinamente comprometido con el bienestar del otro.

En sus palabras, las advertencias se volvían cada vez más sombrías. El amor no debe generar miedo, dijo, y cuando lo hace, es hora de escapar antes de que sea demasiado tarde.

Mi amiga, con su voz cargada de experiencia y desengaño, continuó su relato, envolviéndome en la oscuridad de sus palabras. A medida que hablaba, sus recuerdos parecían salir de las sombras, trayendo consigo una triste verdad que reveló la verdadera naturaleza del amor y la esperanza.

—Conozco a una mujer, una viuda cubana que vive en la Pequeña Habana de Miami. Su vida es una constante lucha. Tiene un niño autista y un sueldo que no le alcanza ni para cubrir la renta ni para mantener la salud de su hijo. Ella es joven, apenas tiene treinta años, pero el peso de la vida le ha arrancado la inocencia que la juventud debería otorgar. En su desesperación por encontrar algo que la sacase de la miseria, encontró a un hombre. Un hombre de 45 años, que parece tenerlo todo: dinero, viajes, lujos. Y a ella la lleva a los lugares más exclusivos de Miami Beach. Gasta una fortuna en cenas en los restaurantes más caros, en hoteles lujosos y banquetes llenos de extravagancia. Pero lo que me dejó sin aliento fue lo que me dijo de él: no tiene ningún compromiso emocional con ella. No tiene el más mínimo interés en ayudarla a mejorar su vida, ni en aliviar el sufrimiento de su hijo. En medio de todo ese lujo, ella sigue sola en su dolor.

Mi amiga hizo una pausa, su rostro sombrío mientras me observaba, esperando que yo entendiera la gravedad de sus palabras.

—Es en esos momentos de sufrimiento, de dificultades de salud, donde realmente se prueba el amor de un hombre. Ella me contó que él sabe que su trabajo es mal remunerado y que su hijo está enfermo, pero aún así, no le ofrece ni un ápice de ayuda. Y lo peor de todo es que, mientras él derrocha su dinero en placeres para ella, no se ofrece a apoyarla en lo más mínimo. A pesar de todo su dinero, su amor no tiene sustancia. La verdadera esencia del amor no es gastar en lujos; es apoyar a la otra persona en los momentos difíciles, ser el refugio cuando la vida arremete con su cruel realidad.

Los ojos de mi amiga se nublaron por la tristeza mientras hablaba, y su voz se volvió aún más grave y penetrante.

—No te engañes, querido amigo. El dinero no siempre es una prueba de amor. Pero cuando el hombre sabe que su pareja está pasando por dificultades, y no ofrece su ayuda, es una señal de que su amor no está comprometido con el bienestar de ella. El amor genuino se muestra en la acción. Se demuestra en el cuidado, en el apoyo cuando la vida se torna dura. Ese hombre no está interesado en su bienestar. Solo está interesado en exhibirla como una joya rara para alimentar su ego, como si ella fuera solo una conquista más que mostrar ante los ojos de otros. La lleva a la playa Miami Beach la muestra en público, como si fuera su trofeo. Pero no hay nada de altruismo en su gesto. Es egoísmo, pura manipulación emocional. Quiere que ella se sienta presionada, que no tenga el control de su vida, para que no se atreva a mirar a otro hombre que la valore realmente.

Mi amiga parecía hablar con una voz que venía de un lugar muy oscuro, un lugar donde las ilusiones ya no tenían cabida. Su mirada reflejaba el sufrimiento que había presenciado en las vidas de aquellas mujeres que había conocido, y ahora me encontraba atrapado en su relato.

—Lo peor de todo es que ese hombre se cree un salvador, pero no es más que un carnicero de los sentimientos. Él no tiene interés en su futuro ni en su estabilidad. Solo está enfocado en lo que puede obtener de ella: compañía, admiración, validación. Pero no está dispuesto a sacrificarse por ella. El hombre que realmente ama a una mujer no es egoísta. Él hace sacrificios por ella, para que pueda prosperar, para que el futuro de ambos sea brillante, no solo para alimentar sus propios intereses.

Los ecos de sus palabras me golpeaban como un viento convertido humarada de fuego  que me dejaba sin aliento. Mi amiga había conocido demasiado bien ese tipo de amor, y sus advertencias no eran meras suposiciones. Era un conocimiento nacido del sufrimiento y de la observación de la realidad que pocos se atrevían a ver.

—El amor verdadero, querido amigo, se basa en la privacidad, el respeto y el cuidado mutuo. No es un amor que se exhibe en público para alimentar el ego. Es un amor silencioso, profundo, que se demuestra en cada acción, en cada sacrificio hecho por el otro, especialmente cuando la vida se vuelve difícil. Y si ese hombre no puede ofrecer ni un poco de ayuda, ni un gesto de cariño genuino, entonces lo que hay entre él y ella no es amor. Es una tragicomedia.

Mis pensamientos se retorcían en mi mente, como las sombras de una tormenta que se avecina. El amor, que alguna vez había sido para mí un refugio, ahora parecía ser un campo de batalla donde el ego, la manipulación y el egoísmo predominaban sobre los sentimientos puros. La lección de mi amiga, tan amarga y tan dolorosa, me dejó un dolor  en el alma que con ningún remedio puedo mitigar  fácilmente.

 

Cansado de escuchar tanto dolor, le pregunté, casi sin esperanza:

—Entonces, ¿debería regalarle a mi esposa Daysi una carta de amor? Después de todo, lo que realmente importa es su estabilidad emocional, ¿no el dinero?

Ella me miró sin la menor compasión, y con una frialdad helada, me respondió:

—Las  únicas dos cosas  que realmente emociona a una mujer es sentirse superior a sus amigas y que den dinero. Y si no tienes dinero, prepárate un lazo y despídete de esta vida.

Sus palabras golpearon mi alma como un martillo sobre  dos pequeñas esfera que prefiero no mencionar. No había consuelo en su consejo. No había más que sombras y vacíos, y la amarga sensación de que todo se derribaba.

 

 

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