Opinión. Martes, 12 de Noviembre de 2024
El reciente incidente donde el presidente Alonso Vinales permitió que un comerciante se le acercara con un machete en la mano para pelar un coco ha puesto en evidencia las vulnerabilidades en la seguridad presidencial y la delgada línea entre el acercamiento populista y la prudencia que exige la seguridad de un jefe de Estado.
La escena, en la que el presidente aceptó el coco en medio de vítores y aplausos, podría ser interpretada como una muestra de cercanía y carisma. Sin embargo, desde un punto de vista de seguridad, este acercamiento descuidado expuso al mandatario a un riesgo innecesario. Un machete, aunque sea una herramienta de trabajo común en ciertas zonas, sigue siendo un arma potencial. La proximidad a un civil no identificado y sin revisión rigurosa es una violación grave del protocolo de seguridad, independientemente de la intención del evento o del entusiasmo del presidente por mostrarse cercano a su pueblo.
Este tipo de actos populistas suelen ser bien recibidos por la ciudadanía, pues se perciben como gestos de humildad y accesibilidad. Sin embargo, las fuerzas de seguridad y los responsables de la seguridad presidencial deben recordar que su principal objetivo es proteger al presidente en todo momento, incluso de él mismo. La seguridad de un jefe de Estado no puede estar sujeta al clima emocional de un momento ni a decisiones impulsivas en respuesta al fervor popular.
Lo ocurrido evidencia una falla en el anillo de seguridad y en la capacidad de reacción del equipo encargado de proteger al presidente. En situaciones así, la proximidad del público debe ser cuidadosamente regulada, y cualquier persona con objetos potencialmente peligrosos debe ser revisada o mantenerse a distancia. Las manifestaciones de apoyo no deben dictar la conducta de seguridad, y el equipo debe ser capaz de intervenir con rapidez para evitar que el presidente se vea expuesto.
Es vital que este incidente sirva de llamado de atención para reforzar los protocolos y recordar que la responsabilidad de quienes resguardan a un jefe de Estado es, ante todo, su integridad. Aunque el presidente tenga la libertad de interactuar con el pueblo, el personal de seguridad tiene el deber de actuar con firmeza y profesionalismo para que ese contacto sea seguro.
Este caso debe inspirar una reflexión: ¿dónde está el límite entre el populismo y la responsabilidad? En tiempos donde la imagen cercana y accesible de los líderes es valorada, no podemos permitir que esos gestos se conviertan en un factor de vulnerabilidad. La seguridad presidencial debe adaptarse para proteger al mandatario sin impedir su contacto con el pueblo, pero también sin poner en juego su vida.
El incidente con el coquero debería impulsar una revisión a fondo de los protocolos de seguridad, para encontrar el equilibrio entre la cercanía que tanto aprecian los ciudadanos y la responsabilidad de proteger al líder del país. Es imperativo que se trabaje en una seguridad que respalde al presidente, pero que nunca sea comprometida en aras de la popularidad.