Opinión. Miercoles, 18 de Septiembre de 2024
Felicia se acostó esa noche después de un día agotador. Había sido un embarazo difícil. Después de tres horas de descanso, la criatura que llevaba en su vientre empezó a darle patadas como si fuera Jet Li. Muchas veces, incluso después de comer, sentía que su bebé estaba inquieta, y solo se calmaba cuando, como postre, disfrutaba de un chocolate o un bizcocho de vainilla.
Los fines de semana, desde el viernes hasta el lunes, todo era diferente. Las patadas de la criatura se multiplicaban. Ni siquiera comiendo chocolate o bizcocho se detenían los intensos golpes de ese niño o niña que nacería un día de octubre, una lucha tan intensa que parecía delatar los misterios del otoño, la estación con más leyendas secretas.
Las patadas de los fines de semana solo se reducían cuando Felicia encendía la radio en una emisora de bachata y merengue. Era como si esa música fuera el calmante para la criatura que llevaba en su vientre. Una mañana, Felicia le contó a doña Negra el extraño comportamiento de su bebé, que los fines de semana solo se tranquilizaba cuando encendía la radio con merengue y bachata. Doña Negra, sin dudarlo, le dijo:
—¡Esa criatura es hembra!
La noche del lunes, Felicia cenó yuca con chicharrón y, antes de irse a la cama, se comió un tarro de helado y una tableta de chocolate, quedándose dormida con la radio encendida. A las 3:58 de la madrugada, los dolores la despertaron. Intentó encender la luz, pero no había electricidad. Abrió la ventana, y la potente luz de la luna, esa del 9 de octubre, iluminaba el cuarto como un faro fluorescente, con la intensidad de las luces de los más prestigiosos hoteles de Las Vegas, Nevada.
Felicia y su esposo habían ahorrado un dinerito para ese glorioso día en que nacería su hija. Sabían que su hija nacería en la «década perdida», cuando todos los países de América pasaban por su peor momento. La inflación de 1984 coincidía con una recesión económica feroz, una combinación diabólica de falta de circulante y precios de la comida subiendo cada día.
En la clínica, mi madre esperaba. A las 6 de la mañana, la niña aún no había nacido. Felicia pensó que tal vez su hija se había arrepentido de llegar a un mundo tan convulsionado. Sin saber por qué, Felicia empezó a pensar en las relaciones internacionales, temas que nunca antes le habían interesado. Con angustia, recordó que, por primera vez en la historia, Rusia y Estados Unidos se habían boicoteado mutuamente en los Juegos Olímpicos. Desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo no había estado en una tensión como la de ese momento.
Tratando de no seguir pensando, Felicia caminó por los pasillos de la clínica, esperando que eso acelerara el parto. Desde el balcón, pudo ver cómo el sol del 9 de octubre empezaba a asomarse por el este con la elegancia y belleza de un modelo desfilando en una pasarela de verano.
Al ver ese sol imponente, recordó un documental sobre las hermosas playas de Miami y el enorme desarrollo de esa ciudad. Se preguntaba: ¿Qué hacen ellos mejor que nosotros para ser tan ricos, si nuestras playas son más lindas? ¿Por qué no nos asociamos con ellos?
En ese momento, pasó a su lado un conserje con una escoba y un pequeño radio del que salían noticias sobre los sangrientos combates entre los ejércitos de Irán e Irak. Felicia recordó a su profesora de historia de sexto grado, quien le había contado que en el país que hoy se llama Irak vivieron en la antigüedad los caldeos y asirios. En esa zona de Mesopotamia estaba la rica ciudad de Babilonia, mencionada en los textos bíblicos, y su famoso rey Nabucodonosor. Pero también recordó que Irán, en el pasado, fue el Imperio Persa, cuyo rey Darío conquistó muchas tierras.
Felicia sabía que la prolongación de esa guerra afectaría a la República Dominicana. Aunque esos países estaban muy lejos, el mundo entero podría verse afectado por el precio del petróleo, ya que ambos eran grandes productores.
Cansada de caminar y con los dolores más calmados, se sentó resignada. Tal vez su hija temía nacer en una década en la que un hombre había intentado matar al Papa, o en la que un loco había herido de gravedad al presidente Ronald Reagan para impresionar a la actriz Jodie Foster después de ver su actuación con Robert De Niro en Taxi Driver. También pensaba en la absurda guerra de las Malvinas.
Cuando ya estaba convencida de que su hija se había «echado para atrás» por temor a nacer, los dolores volvieron. Media hora más tarde, el ensordecedor llanto de una niña llenó de alegría a Felicia, quien miraba los puños cerrados de una pequeña luchadora, dispuesta a enfrentarse al mundo entero por sus ideas y creencias.
Al ver la determinación y valentía de su recién nacida, Felicia pensó en un líder que surgió durante la Revolución Francesa, el primer cónsul de esa revolución, que luego se convertiría en emperador y pondría al mundo a sus pies, excepto a una mujer. Con esa imagen en mente, decidió ponerle a su hija el nombre de la esposa de Napoleón Bonaparte, aquella que dominaba al gran emperador: Josefina.
Treinta y nueve años después, Josefina está a menos de un mes de cumplir cuatro décadas de vida. Con cuatro hijos varones, ya no tiene fuerzas para pelear con nadie. Esta noche, es solo una mujer vulnerable, que mira desde su celular a sus compañeros de clase, conectados por Zoom en una clase de derecho consular, mientras el profesor les bombardea con más información que la que podría obtener navegando durante un año entero en Google.