Opinión. Miercoles, 20 de Agosto, 2025
En política, hay silencios que dicen más que mil discursos… y hay figuras que sin andar en campaña, generan más atención que muchos de los que viven en ella. Es el caso del diputado Rafael Castillo, líder de la bancada de la Fuerza del Pueblo, un hombre que, sin estridencia ni pancartas, ha ido ganándose un espacio de liderazgo en su municipio y el respeto de todo el Congreso Nacional.
Lo que Castillo hace, lo hace bien, representa, fiscaliza y legisla con el mismo compromiso que lo llevó al Congreso, pero sin olvidar jamás las calles que lo eligieron. Por eso no sorprende que cada vez más ciudadanos, sectores sociales y líderes comunitarios empiecen a mencionar su nombre cuando se habla del futuro de Santo Domingo Este. No porque él lo diga, sino porque la gente lo siente.
Y es que, a diferencia de otros, Castillo no tiene que gritar para que se le escuche. Su defensa de los valores familiares, su conexión con la juventud, su compromiso con la educación, el deporte, el medio ambiente y la seguridad social no son adornos de discurso. Ya que son hechos. Y realidades son también sus acciones a favor de los sectores más vulnerables… como los motoristas, por ejemplo.
Hace poco, un alcalde codicioso y corto de sensibilidad, cuya gestión se caracteriza por la opacidad intentó imponer un cobro de 1,050 pesos a los motoconchistas, un sector humilde que transporta a más de 500 mil personas cada día y que, entre mototaxis y motocicletas privadas, representa a más de 168 mil ciudadanos en Santo Domingo Este. Castillo no se quedó callado, defendió a los motoristas, no desde una tarima, sino desde su rol de representante.
¿Y qué pasó? Que al alcalde que se maneja bajo la sombra no le gustó. Y en lugar de enfrentar el problema con madurez, decidió acusar sin mencionar nombres pero todos sabían a quién se refería, diciendo que detrás de la protesta de los motoristas había un aspirante a la alcaldía. Falso, torpe. Un intento burdo de politizar un causa justa y minimizar una acción valiente.
Pero esa es la diferencia entre quien hace política por convicción y quien la ve como un juego de poder. Castillo no está en campaña. No se ha lanzado. No anda buscando titulares. Está cumpliendo su rol como diputado, como fiscalizador, como buen ciudadano. Respeta la ley y los tiempos. Pero eso sí, cuando una injusticia se asoma, ahí está él, sin miedo, con firmeza y con principios.
La pregunta que muchos se hacen no es si Rafael Castillo va a aspirar. La pregunta es si el pueblo va a permitir que alguien como él no lo haga. Y eso, al final, se responde solo.