Opinión. Domingo, 13 de Octubre de 2024
Por Ramón Peralta: Después del primer boletín de las elecciones de 2012, el candidato presidencial del PRD, Hipólito Mejía, se declaró líder de la oposición como un mensaje subliminal al presidente de su partido, Miguel Vargas Maldonado. Todos los miembros del partido blanco sospechaban que Vargas había actuado como un «Caballo de Troya» en contra del candidato, como venganza por la bellaquería que Hipólito le hizo en 2010, cuando supuestamente conspiró para que, bajo la presidencia de Miguel Vargas, el PRD fuera barrido en esas elecciones legislativas y municipales.
Hipólito había llevado como candidato vicepresidencial a un joven rico sin carisma, con el fin de que no le hiciera sombra. Tras esas elecciones, más del 90% de los dirigentes y militantes del PRD decidieron fundar el Partido Revolucionario Moderno (PRM), que era un antiguo partido con otro nombre del padre de Luis Abinader, su candidato vicepresidencial.
Con la fundación del nuevo partido, el PRM envió como candidato presidencial a Luis Abinader, un hombre que había sido apodado por los seguidores de Hipólito como «la tayota», para referirse a que carecía de carisma. En las redes sociales, se decía que «el candidato Luis, lamentablemente, es una pérdida de dinero y tiempo; ni siquiera con Danilo Medina levantando la mano y haciendo campaña a su favor podría ganar». Además, afirmaban que era una persona que no lograba conectar con el público y que contra eso no se podía luchar. «Deja de hacer promesas, nunca será presidente», decían.
Como candidato presidencial, Abinader eligió a Carolina Mejía, hija de Hipólito, como compañera de boleta para asegurar la unidad del PRM, mientras que el expresidente Mejía se sentía complacido, porque después de que Abinader perdiera en 2016, su hija Carolina podría ser la candidata presidencial de 2020 por el PRM.
Durante la campaña de 2016, Abinader trabajó para darse a conocer con la promesa de construir una fábrica de empleo para cientos de miles de dominicanos, ofreciendo promesas en dólares y buenos salarios. Sus estrategas, al parecer, no estaban pensando en 2016; su mente estaba más adelante.
El 15 de mayo de 2016, la victoria de Danilo Medina fue aplastante. Sin embargo, el 34.98% que obtuvo Abinader en esas elecciones posiblemente superó las expectativas de sus estrategas. Esa noche, pronunció un discurso contundente, como nunca lo había hecho durante la campaña, y parecía haberse transformado en un orador impactante que, en medio de la derrota, daba ánimo al PRM de que en las próximas elecciones irían al poder. Esa misma noche quedó claro que, mientras Abinader aspirara, Carolina tendría que echarse a un lado.
Del año 2016 al 2020, le fueron construyendo un perfil político de gladiador, sin miedo a enfrentar al gobierno. Su discurso opositor fue incisivo, con la ventaja de que, por su origen de clase alta, los sectores de poder económico no temían un gobierno de izquierda ni nada por el estilo. Su vestimenta pasó de ser sobria y desabrida a usar trajes modernos y vanguardistas, como un conquistador de Hollywood.
Sus estrategas aprovecharon las fricciones internas del partido de gobierno para hacer alianzas estratégicas en algunos puntos del país. Aprovecharon al máximo la Marcha Verde y diseñaron una campaña que llegaba al cerebro del votante, calando todas las emociones. El voto se decide de manera más emocional que intelectual, y Abinader, con gran disciplina, supo juzgar el rol que le dictaban los estrategas. Con una retórica combativa, pudo capitalizar la ira, la envidia, el miedo y las ilusiones.
Los perremeistas trabajaron doble por la ilusión de llegar al poder. La clase media, siempre inconforme porque desea vivir como millonarios sin serlo, estaba llena de ira contra los funcionarios del PLD, que supuestamente se hicieron millonarios.
Como resultado de una larga campaña construyendo un candidato y las improvisaciones del PLD con un candidato sin discurso como Gonzalo Castillo, Luis Abinader se convirtió en presidente de la República al ganar las elecciones de 2020.
En el ejercicio como presidente, sus estrategas mantuvieron una estrategia de comunicación con una efectividad jamás vista, logrando que un simple pedazo de aluminio se viera como un lingote de oro.
Como presidente y candidato que lideraba las encuestas, no tenía necesidad de ir a un debate con la oposición, y menos aún cuando en ese debate participaría un superdotado de la comunicación política como Leonel Fernández. Sin embargo, Abinader fue al debate y, para sorpresa de la oposición, venció abrumadoramente en la percepción pública a Leonel Fernández y Abel Martínez.
Abel llegó al debate con fuerza, y aunque solo dominaba un poco el tema haitiano, los simpatizantes de su partido se sintieron conformes. Leonel, un académico, quiso debatir como si estuviera en un foro de amigos intelectuales, y no fue contundente ni enérgico en sus respuestas ni en sus réplicas.
Abinader quien había aprendido que una campaña política no es para rezar en una iglesia llegó al debate con los guantes puestos, atacando a sus adversarios como si fuera un candidato opositor que necesita un nocaut para ganar. Aquellos que vieron el debate saben que se preparó para ese momento.
Un consejo a los candidatos que van a un debate es que deben practicar con oponentes del equipo estratégico que hagan el papel de los contrincantes, ensayar las respuestas a las posibles preguntas y prepararse para las réplicas y contrarréplicas. La mayor facilidad es que los candidatos y sus equipos de campaña reciben con tiempo los temas del debate.
Luego de la victoria de 2024, se enfrentará a una constitución que le impide reelegirse en las elecciones de 2028. Surge la pregunta: ¿logrará Abinader un relevo que le permita vivir su experiencia de ex presidente con tranquilidad?
Ahora la misión de los estrategas de Abinader es buscar en 2028 un candidato a quien pasarle la antorcha sin temor a ser desconsiderado o vejado, como sucedió con otros que persiguieron o desacreditaron a los ex presidentes de su propio partido.
