Opinión. Lunes, 27 de Octubre, 2025
Durante los últimos días, el huracán Melissa puso nuevamente a prueba la capacidad de respuesta del país. Desde que el Centro de Operaciones de Emergencias (COE) emitió las primeras alertas, quedó claro que la naturaleza no espera y que, pese a los avances institucionales en materia de monitoreo y comunicación, seguimos enfrentando un vacío crítico en la planificación operativa y la toma de decisiones, tanto públicas como privadas.
Los informes oficiales revelaron lluvias intensas, comunidades aisladas, más de 3,700 personas desplazadas y daños a viviendas, acueductos y carreteras, especialmente en el suroeste. Las provincias de Barahona, Pedernales, Independencia y Bahoruco pasaron a alerta roja mientras otras doce permanecían en amarilla. Todo esto estaba disponible en tiempo real: el COE actualizaba boletines con precisión técnica y previsión horaria. Sin embargo, la realidad dentro de muchas empresas fue otra: confusión, decisiones tardías y dependencia de una rueda de prensa presidencial para determinar si se trabajaba o no.
Esta situación refleja una verdad incómoda: en República Dominicana, aún no hemos consolidado una cultura de planificación basada en el riesgo. A pesar de contar con información meteorológica oportuna y organismos especializados, son pocas las organizaciones que poseen protocolos internos que les permitan actuar con autonomía, activar planes de contingencia o garantizar la seguridad de su personal sin esperar una orden externa.
La gestión del riesgo no se improvisa. Requiere mapas de vulnerabilidad, rutas de evacuación, comunicación interna y simulacros periódicos que aseguren que cada nivel de la empresa desde la alta gerencia hasta el personal operativo sepa qué hacer ante un evento adverso, esto no aplica solo para grandes corporaciones: también los comercios, las instituciones financieras, los centros educativos y los proyectos industriales necesitan manuales claros y entrenamientos reales.
En países con sistemas de protección civil más maduros, las empresas forman parte activa del sistema nacional de respuesta. No esperan la declaratoria oficial para cerrar operaciones o trasladar personal, porque sus planes de continuidad operativa están diseñados para anticipar escenarios y minimizar pérdidas humanas y económicas. Esa debería ser la meta hacia la cual avancemos como país.
Melissa no solo nos dejó lluvias y afectaciones; nos dejó un espejo. Uno que muestra cuánto dependemos de la comunicación gubernamental y cuán poco hemos invertido en crear resiliencia institucional. No se trata de culpar al empresariado ni a las autoridades, sino de asumir colectivamente la responsabilidad de mejorar.
Cada evento es una oportunidad para fortalecer nuestras capacidades, revisar los planes que no existen o que están desactualizados, y entender que la gestión del riesgo no es un gasto: es una inversión en la continuidad de nuestras operaciones y, sobre todo, en la vida de las personas.
El próximo fenómeno no esperará a que terminemos la reunión, ni a que salga el decreto o el boletín. Por eso, la preparación debe comenzar hoy, con la formación del personal, la creación de comités de emergencia, la evaluación de vulnerabilidades y la integración de la gestión del riesgo en la estrategia empresarial.
Si algo nos recordó Melissa, es que la información por sí sola no salva vidas; la planificación sí, mientras sigamos reaccionando en lugar de anticipar, seguiremos expuestos, no solo a las lluvias, sino también a las consecuencias de la improvisación.