Opinión. Lunes, 08 de Diciembre, 2025
La Navidad en República Dominicana es luz, tradición y reencuentro. Es música en cada esquina, calles repletas de actividad, brindis interminables y un deseo colectivo de cerrar el año con esperanza. Sin embargo, también es un periodo donde aumentan ciertos riesgos que, aunque invisibles para muchos, cada año dejan una estela de incidentes que pudieron evitarse. Así como ocurre en temporadas de alta movilidad como Semana Santa, diciembre combina factores que elevan la probabilidad de emergencias domésticas, accidentes de tránsito, incendios y problemas de salud.
El desafío no radica en apagar la alegría festiva, sino en encender la conciencia preventiva.
Durante estas semanas se incrementa el uso de electrodomésticos, extensiones, luces y adornos que no siempre cumplen con estándares de seguridad, como se ha visto recientemente con equipos retirados del mercado por riesgos de sobrecalentamiento o fallas eléctricas. A esto se suman las fiestas, el consumo de alcohol, la fatiga acumulada del fin de año y una movilidad masiva que recuerda, en menor escala, los picos de siniestralidad registrados en feriados nacionales. Muchos de estos eventos no ocurren por “mala suerte”, sino por decisiones cotidianas donde subestimamos el riesgo.
En materia de incendios, diciembre es un mes crítico. El uso de luces defectuosas, conexiones improvisadas y adornos altamente inflamables aumenta la probabilidad de eventos que podrían propagarse con rapidez si no existen medidas de protección activa y pasiva bien implementadas. Algo tan sencillo como sobrecargar una regleta, dejar velas encendidas o colocar decoraciones cerca de fuentes de calor puede convertirse en un incidente grave. La temporada también coincide con un incremento de falsas alarmas, que generan un efecto de desensibilización en la población y reducen la respuesta ante una emergencia real, un problema cada vez más evidente en espacios de uso público.
A nivel vial, diciembre reproduce patrones que el país ya conoce demasiado bien: exceso de velocidad, conducción bajo efectos del alcohol, distracciones y uso intensivo de motocicletas, protagonistas de la mayoría de los accidentes en periodos festivos y feriados prolongados. La combinación de celebraciones nocturnas, desplazamientos cortos y sensación de familiaridad con las rutas genera un escenario donde la percepción de riesgo disminuye, pero el peligro aumenta. Cada año, vidas se apagan en trayectos que nunca debieron terminar en tragedia.
También los equipos de emergencia afrontan en Navidad un trabajo extenuante. La ciudadanía suele olvidar que detrás de cada respuesta rápida hay horas de entrenamiento, desgaste físico y emocional, y una estructura operativa que cuando se sobresatura por incidentes evitables puede comprometer su capacidad en situaciones críticas. Las tragedias recientes han demostrado que, aunque los fenómenos o eventos detonantes no siempre pueden evitarse, sí es posible reducir su impacto mediante decisiones responsables y prevención sostenida.
Por eso, esta temporada navideña debería vivirse con una mirada más consciente. Revisar las instalaciones eléctricas y decoraciones, verificar la certificación de equipos, evitar sobrecargas, conducir con prudencia, no mezclar alcohol y volante, usar casco y cinturón, supervisar a los niños en actividades recreativas, y mantener protocolos de emergencia activos en hogares y empresas no es exageración: es sentido común preventivo. La seguridad, como bien enseña la gestión moderna del riesgo, no es la ausencia de incidentes, sino la capacidad de anticiparnos a ellos.
La Navidad puede y debe ser un tiempo de disfrute, pero nunca a costa de la seguridad. La prevención no le quita brillo a la celebración; la hace posible. En un país donde ya sabemos que los incidentes aumentan cuando bajamos la guardia, asumir una actitud responsable es el mejor regalo que podemos ofrecer a nuestras familias, a nuestras comunidades y a quienes nos cuidan desde los equipos de primera respuesta.
Que esta Navidad la alegría no sea ingenua, sino consciente. Que la luz que nos acompañe no sea la de una falsa sensación de seguridad, sino la de una cultura preventiva que nos permita cerrar el año con vida, salud y gratitud. Porque las fiestas pasan, pero las consecuencias de un descuido pueden acompañarnos para siempre.