Opinión. Miercoles, 11 de Diciembre de 2024
Los dispositivos electrónicos actualmente son una extensión de nuestras vidas. Los niños y adolescentes, nativos digitales, navegan con destreza en un mundo virtual que muchas veces los padres no logran comprender, ni controlar del todo lo que está sucediendo. Esto plantea una pregunta crucial ¿Quién está realmente educando en casa?
Cada vez más, los niños aprenden sobre el mundo a través de las pantallas de sus teléfonos, tabletas y computadoras, donde el contenido que consumen varía, desde lo educativo y constructivo hasta lo completamente inapropiado. Las redes sociales, los videojuegos y las plataformas de streaming ofrecen una avalancha de información que los padres rara vez supervisan.
La falta de control parental no solo deja a los menores vulnerables a influencias negativas, sino que también genera una desconexión con los valores que los padres pretenden inculcar. Muchos justifican esta omisión con la falta de tiempo o conocimientos tecnológicos, pero el problema va más allá. Delegar la educación emocional y moral a algoritmos y creadores de contenido es, en esencia, renunciar a la responsabilidad de formar ciudadanos íntegros y sanos. El problema radica en el equilibrio.
Los dispositivos no son enemigos, pero su uso sin restricciones puede distorsionar la percepción de la realidad y fomentar comportamientos dañinos. La educación no ocurre únicamente en las aulas; inicia desde casa y en cada interacción diaria, incluyendo las que ocurren en el entorno digital.
Como padres para cambiar esta realidad, primero hay que establecer límites claros en el uso de los dispositivos y, sobre todo, interesarse por el contenido que consumen sus hijos. Esto no implica vigilancia constante, sino involucrarse activamente en sus intereses y mantener diálogos abiertos sobre lo que ven, escuchan y sienten, utilizando herramientas existentes como aplicaciones gratuitas, tales como Google Family Link, Youtube, Norton y mSpy que permiten monitorear lo que consumen nuestros hijos.
Otra acción a tomar es liderar con el ejemplo. Si un niño observa a sus padres sumergidos en sus teléfonos, aprenderá que ese comportamiento es aceptable. Una educación efectiva requiere coherencia y participación activa. Y finalmente, es imprescindible que los padres se formen y comprendan las plataformas digitales. No se trata de censura, sino de guiar con sabiduría en un entorno lleno de información.
Estudios, como el de la Universidad de Chicago, revelan que los teléfonos móviles reducen la capacidad de concentración, incluso estando apagados, provocando falta de atención en los niños y adolescentes.
La educación comienza en casa, pero en la actualidad también debe extenderse al mundo digital. De lo contrario, el vacío que los padres dejan lo llenarán desconocidos que los atraen con intereses ajenos a la formación en valores que debe salir desde casa.