Opinión. Martes, 15 de Abril, 2025
La música no solo suena; También nos abraza, nos define y nos recuerda de dónde venimos. Para quienes crecimos con el merengue como banda sonora del alma, Rubby Pérez no fue solo un cantante. Fue un faro. Fue sentimiento, fuerza y una generación. Y hoy, con el corazón apretado, despedimos a quien conocimos como «La Voz Más Alta del Merengue.»
Con su carisma arrollador y esa voz inconfundible que parecía nacer del pecho de todo un pueblo, nos deja físicamente, pero se queda en cada nota, en cada coro que aún suena en fiestas, emisoras y memorias.
Su nombre de pila era Roberto Antonio Pérez Herrera, y nació en Haina, San Cristóbal, en 1956. Rubby enfrentó desde temprana edad los retos de la vida con determinación. Un accidente en su juventud lo dejó con una limitación física, pero nunca frenó su pasión por la vida, sino que con ello nació su vocación por la música convirtiéndole en un símbolo de superación y entrega artística.
Su salto a la fama llegó como parte de la emblemática orquesta de Wilfrido Vargas en los años 80, donde fue vocalista de éxitos inolvidables como El africano y Volveré. Más tarde, Rubby emprendió una carrera como solista que lo consolidó como una de las voces más poderosas y reconocidas del merengue.
Con una discografía llena de éxitos como Buscando tus besos , Enamorado de ella , Hazme olvidarla y Dame veneno, Rubby Pérez se ganó el cariño de su público dentro y fuera de República Dominicana. Sus interpretaciones, siempre cargadas de intensidad emocional y de una técnica vocal impecable, lo convirtieron en uno de los artistas más respetados del género.
A lo largo de su carrera, el artista recibió múltiples reconocimientos, incluyendo premios Casandra (hoy Soberano) y distinciones internacionales por su aporte a la música tropical. Fue también embajador del merengue en escenarios de Estados Unidos, Europa y América Latina, llevando el ritmo dominicano a nuevos públicos con orgullo y autenticidad.
Su partida me duele más de lo que imaginaba; el contexto, el momento y las circunstancias me sobrepasan. Tal vez porque la música es una parte esencial de mi identidad. Tal vez porque, estando lejos de casa, su voz era un puente que me devolvía, aunque fuera por unos minutos, a mis raíces.
Tuve el privilegio de entrevistarlo hace justo diez años, en mi natal San Pedro de Macorís, cuando apenas comenzaba mi carrera en el periodismo. Hoy, es una oportunidad que atesoro para siempre. Lo vivido nadie nos lo quita.
A su familia, a su equipo de trabajo, a sus colegas y fanáticos, mi abrazo más fuerte y solidario. Perdimos a un grande, pero el arte tiene esa magia: quien canta desde el alma nunca se va del todo.
Hasta siempre a La Voz Más Alta del Merengue… ¡A todo galope!