Opinión. Lunes, 08 de Septiembre, 2025
En una clase de posgrado en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), me correspondió impartir la asignatura de Análisis del Discurso Antropológico. Durante la ronda de presentaciones de los maestrantes, uno de ellos se identificó como gestor cultural. Ante ello, le planteé la siguiente pregunta: ¿cómo puede una persona, o un grupo de personas, gestionar la cultura?
Con esta interrogante, mi intención era problematizar un concepto muy extendido en el ámbito de las instituciones culturales. Si entendemos la gestión cultural como la organización de eventos y la articulación de recursos, personas y saberes para que la cultura se convierta en un motor de identidad, cohesión social y desarrollo humano sostenible, surge una duda fundamental: ¿se puede realmente “gestionar” la cultura?
La pregunta es capciosa. Muchas instituciones que se autodefinen como gestoras culturales terminan reduciendo la cultura a elementos externos del ser humano, tratándola como un conjunto de prácticas susceptibles de organizarse para generar cohesión e identidad. Si bien estas iniciativas son loables y bienintencionadas, en el plano semántico corren el riesgo de empobrecer la noción de cultura, al limitarla a actividades o eventos y no reconocer su dimensión holística e integral.
Desde la antropología, concebimos al ser humano como un ser biocultural, donde lo biológico y lo cultural forman un binomio inseparable. La cultura es lo que nos distingue del resto de los animales y no puede ser entendida solo como un recurso gestionable. Como definió Edward Burnett Tylor en el siglo XIX, la cultura es “ese todo complejo que comprende el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, la ley, la costumbre y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto que miembro de la sociedad”. Esta definición subraya que la cultura es un producto de la vida social, transmitido de generación en generación mediante la adquisición de conocimientos y prácticas.
Ahora bien, ¿cómo opera ese producto social del genio humano que se transmite a lo largo del tiempo? Para acercarnos a una respuesta, podemos considerar el papel del hipocampo en la memoria y el aprendizaje.
El hipocampo y la cultura
Aprendizaje cultural
Identidad y sentido cultural
El hipocampo posibilita recordar, aprender y ubicarnos en el espacio, funciones esenciales para la continuidad y transmisión de la cultura. A su vez, la cultura provee los contenidos simbólicos y narrativos que nutren la memoria, reforzando así la función de esta estructura cerebral. Se trata, por tanto, de una relación bidireccional entre la biología y la construcción cultural.
Repensar la noción de “gestión cultural”
Volviendo a la pregunta inicial: ¿puede una persona o institución proclamarse “gestora de la cultura”? ¿O más bien deberíamos redefinir este concepto para que sea coherente con la perspectiva antropológica aquí desarrollada?
Quizás lo más adecuado no sea hablar de gestionar la cultura en su totalidad —pues esta constituye la esencia misma de lo humano—, sino de gestionar expresiones, prácticas o manifestaciones culturales. Este matiz evitaría reducir la cultura a eventos o actividades aisladas, y permitiría reconocerla como un sistema complejo, vivo y en constante transformación.
El debate en torno a la gestión cultural no debe quedarse en lo administrativo o en la mera programación de actividades. Debe abrirse a una reflexión crítica sobre el concepto mismo de cultura y su dimensión biocultural. Solo así podremos utilizar el término de manera apropiada y respetuosa con la riqueza de lo que significa ser humanos.