Opinión. Lunes, 16 de Septiembre de 2024
Cuando estudiaba negocios y relaciones internacionales, aprendí que el primer acuerdo de derecho internacional en el Nuevo Mundo fue el firmado entre Enriquillo y el imperio español. Solo ese hecho nos hace cuestionar si la República Dominicana valora su riqueza cultural e histórica.
Un domingo de noviembre de 2014, muchos profesionales y comerciantes se sintieron avergonzados porque, en el discurso de un aspirante a alcalde, se enteraron de que la primera iglesia del Nuevo Mundo fue fundada en Santo Domingo Este.
Desde ese momento comprendí que los países ricos tienen en común el conocimiento del poder de la cultura como capital económico y como fuente espiritual que eleva la autoestima del pueblo.
Meses después de ese discurso, un amigo que hoy es vocero de los diputados de un partido opositor me consiguió un cupo en un diplomado de Geopolítica. En ese lugar conocí al profesor Iván Gatón, quien, en una de sus clases, me confirmó que esta tierra, que hoy conocemos como República Dominicana, aparte de ser la reina de las primacías de América, es también el centro de casi todas las conquistas del Nuevo Continente.
Hernán Cortés, notario del pueblo de Azua, fue luego el conquistador de México, venciendo a Moctezuma II en la Noche Triste.
El creador de Salvaleón de Higüey, Juan Ponce de León, cuya casa aún se conserva en Boca de Yuma, zarpó desde allí en una embarcación y en 1512, descubrió un territorio llamado la Florida.
Vasco Núñez de Balboa salió de Santo Domingo como polizón en un barco y descubrió el océano Pacífico.
El alcalde de La Vega, Lucas Vázquez de Ayllón, fundó la primera ciudad en el norte de los Estados Unidos.
La gobernadora de Santo Domingo, María de Toledo, fue la primera mujer gobernadora en América.
Un país cuyos políticos no saben darle valor a la leyenda de Alonso de Ojeda y Guaricha en las ruinas de San Francisco, ni conocen el nombre de la mujer que ayudó a Simón Bolívar mientras dictaba la Carta de Jamaica en Kingston, muestra un preocupante desconocimiento de su propio patrimonio cultural.
Esta pequeña muestra del vasto patrimonio cultural dominicano, desconocido por gran parte del pueblo, hace urgente la necesidad de que conozcamos de dónde venimos. Si entendemos nuestro pasado, sabremos dónde estamos y hacia dónde vamos.
Cuando asesoro a un candidato a un cargo electivo, lo primero que hago es averiguar si conoce la historia de su país. Si no la sabe, lo invito a aprenderla, y si se niega, me retiro de su campaña. Quien desprecia su historia, nunca impulsará el futuro de su país.
La ignorancia cultural de muchos políticos dominicanos provoca que hoy niños dominicanos queden fuera de las aulas para privilegiar a otras nacionalidades.
El desprecio por nuestra historia es también la razón por la que, en los hospitales de nuestro principal polo turístico, los dominicanos no reciben atención médica adecuada, mientras que los haitianos dominan los centros de salud, financiados con los impuestos que paga el pueblo dominicano.
Mientras los políticos sigan despreciando el capital cultural de la República Dominicana, navegaremos como barcos a la deriva, rumbo al naufragio