Opinión. Domingo, 18 de Mayo, 2025
El sábado pasado, como si un ave rapaz hubiese presagiado su voz, me llamó un diputado. Quería saber cómo andaba mi salud, aunque nuestras palabras pronto se deslizaron hacia sombras más espesas. Hablamos del médico y de la fatiga que me habita los huesos, de los pleitos de la vieja. De todos los secretos del barrio que sabe mi vecina, de mi ridícula barriga que crece como si ocultara un presagio, del cansancio de ser hombre en una ciudad que se pudre lentamente.
Hablamos de lo humano, sí, pero también de lo inhumano: de contenedores hediondos que exhalan su pestilencia sobre las aceras, de cajas naranjas que se erigen como monumentos al desorden, de reductores de velocidad que parecen sembrados por manos homicidas, y de policías municipales que, lejos de amparar, siembran miedo y violan la ley con la sonrisa de los impunes. Hablamos, en fin, de una ciudad rendida al caos, abandonada como un cadáver en una pocilga llamada Cristo Salvador.
.Antes de colgar, me sugirió ver un documental con un título que suena a guerra callejera. A la conquista del Congreso. Lo vi esa misma noche. Y ahí, como quien encuentra una joya debajo de un montón de piedras, volví a ver la campaña de Alexandria Ocasio-Cortez. Una campaña que rompió barrera y mostró nuevas lesiones.
En un mundo político donde el dinero y las maquinarias parecen imponer siempre sus reglas, esta joven le ganó al poder con lo único que no puede comprarse que es una causa verdadera y una buena historia. No tenía padrinos ni millones para satisfacer a los picapicas. Tenía algo más poderoso: la capacidad de conectar con la gente.
No ganó por suerte ni por moda. Ganó porque supo leer su territorio, caminarlo, respirarlo, escucharlo. Construyó una estrategia sencilla, pero cargada de sentido. No se disfrazó de superhéroe ni prometió paraísos. Habló con la verdad. Y esa verdad, tejida con hilos de lucha, dolor, esperanza y barrio, conmovió más que mil vallas publicitarias.
La fuerza de su campaña fue la narrativa: no el discurso tradicional, sino la historia contada desde las entrañas. No dijo “yo los represento”, dijo “yo soy ustedes”. Y eso lo cambió todo. No era una candidata. Era una causa andando en zapatillas, tocando puertas, escuchando historias parecidas a la suya.
Cada palabra de su discurso tenía raíz que coincidía con los anhelos de su clase; salarios justos, dignidad para los barrios, acceso a salud. No hablaba desde el deseo de llegar al poder, sino desde la urgencia de cambiar la realidad.
Esa estrategia que parece simple, pero exige valentía, es una lección urgente para los que aspiran hoy en Santo Domingo Este. Mientras algunos regidores le han dado la espalda a su comunidad para inclinarse ante un alcalde que se cree omnipotente, los nuevos aspirantes tienen que contar algo distinto. No promesas. No frases vacías. Una historia real.
Porque hoy no gana quien más grita. Gana quien más conecta. Y esa conexión no se improvisa: se construye caminando, escuchando, sintiendo. No es marketing, es verdad.
Los regidores que traicionen a SDE podrán tener millones para repartir el día de las elecciones, pero si los nuevos aspirantes llegan con una causa justa y una historia bien contada, no habrá dinero que compre la memoria del votante. Porque una narrativa auténtica despierta conciencias dormidas y recuerda que la limosna de un solo día no compensa los 48 meses de abandono, silencio y complicidad con un alcalde que, envuelto en su sombra de poder, maltrató a toda una ciudad.
El votante no está buscando un producto, sino un compañero de lucha. Alguien que no solo le pida el voto, sino que lo invite a una misión, a la gestión de rescatar el municipio, dignificar el concejo, devolverle sentido a la política local.
Si esa es tu causa, aquí estoy yo. Para ayudarte a contarla con verdad, para que tu historia no se pierda en el bullicio de los discursos vacíos, y para que tu bandera, esa que nace del alma y la verdad, ondee en lo más alto del campanario del triunfo.