Opinión. Martes, 07 de Enero de 2025
Era ya tarde, muy tarde, cuando la noticia comenzó a deslizarse entre las sombras de Los Mina, tan ligera como la brisa en una tarde de enero. Decían que Yailin «La Más Viral» llegaría a repartir juguetes en el popular colmado La Tablita, ese punto de encuentro que no solo bebidas que alegran cuerpos, sino que guarda en sus entrañas los recuerdos de generaciones enteras. La esquina de Juan Pablo Duarte y Rosa Duarte se transformó, de repente, en el epicentro de una revolución silenciosa, como si los ecos del pasado despertaran al unísono en el corazón del barrio.
El murmullo creció, como una marea que no cesa, y los niños, con los ojos abiertos de par en par, y los adultos, que alguna vez fueron niños, se preguntaban lo mismo en un susurro tembloroso: «¿Repartirá muñecas, bicicletas, o quizás recuerdos de su propia niñez?» Todo el mundo sabía que el nombre de Yailin no solo representaba fama y brillo; ese nombre, en Los Mina, resonaba como una promesa de lo que pudo haber sido, como una historia oculta en la niebla del tiempo.
Cuando el reloj marcó las cinco de la tarde, la calle ya era un hervidero. La intersección de las calles Juan Pablo Duarte y Rosa Duarte se colapsó bajo el peso de la multitud, como si todos, por alguna razón inexplicable, hubieran coincidido allí para enfrentar la memoria. Los rostros, algunos conocidos, otros extraños, se entrelazaban en el abrazo de la nostalgia, buscando, quizás, revivir los días en los que a Georgina, la quinceañera de Los Mina, no se le conocía por su fama, sino por su risa sincera y su sueño escondido.
Fue alrededor de las siete de la noche cuando, finalmente, Yailin, como una figura salida de un cuento de hadas, apareció en la esquina de La Tablita, cargada de juguetes. Los gritos de los niños, que se entremezclaban con los de los adultos, inundaron el aire, pero fue un grito en particular el que, como una flecha lanzada al viento, llegó a la joven artista: «¡Georgina, Georgina! ¿Dónde está Carol la Shanty?» La voz, ansiosa y desesperada, provenía de un joven que parecía tener poco más de 23 años, llamado Liomar. Pero el bullicio era tal que ni ella, ni nadie, pudieron oírle.
Aquel joven, impulsado por una necesidad que no se puede comprender, se apartó de la multitud y, como quien busca algo perdido, se dirigió a otro colmado cercano. Ahí, junto a sus amigos, pidió una cerveza Corona y mientras la consumían, comenzó a narrar lo que había sido su secreto guardado por tantos años.
«Georgina, cuando tenía entre 15 y 17 años, vivía en la calle 8 de Los Mina Sur, cerca de la farmacia Enercida», explicó Liomar con la voz quebrada, como si las palabras no pudieran salir con facilidad. «Y yo, cuando tenía 16, me enamoré de Carol la Shanty en silencio. Nunca me atreví a decirle lo que sentía… y ahora, desde antes de la pandemia, no sé qué ha sido de ella. Ya no la veo, ya no sé nada.»
Otro joven, Justin, añadió en tono melancólico: «Yo en cambio me enamoré de Georgina, pero no pude decirle nada. Nadie pudo. Quizás ella también se enamoró en silencio de alguien, como nosotros.»
Y entonces, en medio de la conversación, fue Paloma quien rompió el silencio con un comentario que puso a todos en alerta. «¿Saben algo de La Shanty?», preguntó. «Hace años que no la veo. Pensé que ella sería famosa primero que Yailin, porque canta mejor.» Y de inmediato, el ambiente se cargó de tensión. Los fanáticos de Yailin se alzaron, defendiendo a la artista, mientras Liomar y Paloma argumentaban sobre el destino de Carol, la chica que nadie veía ya, pero que componía sus canciones y solo ellos recodaban.
Don Florencio, un hombre de mirada cansada y voz pausada, observaba la escena desde una esquina del colmaba con un vaso de Brugal carta dorada , y entonces comenzó a contar lo que había visto en aquellos años de adolescencia de la cantante que hoy tenía la fama Romeo. «A Georgina le gustaba llevar a sus amigas a su casa, incluida Carol, a cantar. A veces, se sentaba bajo un árbol de Javilla a comer pica pollo de los chinos Joa con un refresco, como cualquier muchacha del barrio, pero siempre fue distinta, siempre tuvo ese fuego dentro.
Y su sueño era ser artista, no para cantar sobre el amor, sino sobre los males de la calle, ella detrás de su sonrisa tenía una rebeldía fuerte, como si quisiera ser esa voz de aquellos jóvenes sin futuro que son desechado por la sociedad. Mientras tomaba un sorbo de refresco rojo masticaba la pechuga del pica su mirada se revelaban contra el fracaso y miraba al cielo con la determinación de no ser en el futuro una mujer pobre, estaba decidida a luchar a sangre y fuego contra la pobreza y una noche debajo del árbol de Javilla juró antes Dios que se convertiría en la mas viral y conocida de su pueblo .
La visita de Yailin a Los Mina no fue solo una distribución de juguetes, fue un regreso al pasado, a los días en que Georgina soñaba en silencio, a los días en que Carol, la Shanty, cantaba en las casas del barrio con la esperanza de que alguien la escuchara. Ahora, con la fama alcanzada, Yailin era la figura que todos conocían, pero había algo en la niebla del tiempo que no se había dicho, algo que seguía flotando en el aire.
Mientras tanto, Liomar continuaba su peregrinaje diario, cruzando la calle Gabriel A. Morrillo, con la esperanza de encontrar a Carol, aquella que nunca le confesó su amor. Cada mañana, pasaba frente a su casa, y cada mañana, solo veía personas mayores. Nadie le hablaba de ella. Nadie le decía dónde estaba. Y él, con el nudo en la garganta, no se atrevía a preguntar. Porque, al final, como suele suceder en las historias no contadas, hay amores que se pierden entre las sombras de un barrio que nunca olvida.